El Helicoide: la improbable historia de amor que surgió en la cárcel más temida de Venezuela


El tiempo que pasaron en la cárcel fue el peor de sus vidas.

Y, sin embargo, allí encontraron también lo mejor de sus días, un amor del que esperan que dure para siempre.

Es la paradójica y asombrosa historia de Angelis y Jhosman, Jhosman y Angelis, dos jóvenes venezolanos a los que la vida les cambió el día que el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) los encerró en su centro de detención conocido como el Helicoide, uno de los de peor fama de toda Venezuela.

Ahora, con 29 años ella y 26 él, echan la vista atrás en el salón de su cálido apartamento a una hora escasa de Caracas y recuerdan las difíciles circunstancias en las que nació su relación.

Su memoria de pareja quedará para siempre ligada al Helicoide, el lugar al que las autoridades chavistas envían habitualmente a los que consideran los presos más peligrosos.

Jhosman Paredes era en 2014 uno de los estudiantes más activos en las protestas que se llevaban a cabo de la Universidad Nacional Experimental del Táchira, en San Cristóbal.

Venezuela vivía una de las olas de manifestaciones en las que la oposición ha exigido la renuncia de Maduro en los últimos años, pero Jhosman se desmarca de aquello.

Nosotros estábamos protestando desde mucho antes, por todos los problemas que tenía la universidad“, recuerda.

El 18 de septiembre, dice, empezó su calvario.

“Entre seis y ocho personas me metieron a golpes en una camioneta. Dentro de la camioneta me dieron más golpes y choques eléctricos”.

“Me llevaron a un lugar en el que me colgaron de las manos de una barra de metal. Apenas me alcanzaban los pies al suelo. Allí guindando, me dieron patadas en las costillas”, cuenta.

Sus captores tardaron en identificarse como funcionarios del Sebin. Cuando lo hicieron lo subieron a una avioneta rumbo a Caracas.

Volé con los ojos vendados y tirado boca abajo en el piso“.

En el aeropuerto militar en el que aterrizó se le presentó a la fiscal que después lo acusaría de conspiración para la rebelión y lo llevaron directo al Helicoide.

Nunca pudieron probar nada“, dice él.

Ni ella ni los otros funcionarios a los que dijo haber sido golpeado hicieron caso de sus denuncias.

Los primeros treinta días los pasó solo en una celda sin ventanas iluminada por un tubo fluorescente siempre encendido.

“No sabía qué hora del día era y tenía una cucaracha como mascota”, relata.

Después de un mes lo trasladaron a una celda con otros cinco presos y le permitieron empezar a recibir visitas.

Pero pasarían hasta siete meses hasta que pudo salir al patio a caminar y ver la luz del sol.

Jhosman daba sus primeros paseos con otros internos cuando Angelis Quiroz llegaba al Helicoide.

Graduada en leyes, trabajaba en el departamento jurídico de la empresa de venta de automóviles de su padre cuando el gobierno decidió su intervención y acusó a sus directivos de haberse quedado el dinero de los compradores que esperaban vehículos importados que ya habían pagado.

“Estaba indocumentada y sola, y en Venezuela me reclamaban por legitimación de capitales, estafa y asociación para delinquir. Sabía que no había hecho nada malo y sentía que me habían arruinado la vida, así que decidí entregarme”, rememora.

“Al principio éramos doce y la convivencia era difícil; luego llegamos a ser 35”.

“El hacinamiento era tal que había que esperar horas para ducharnos y a veces los funcionarios no nos dejaban usar el baño, así que tocaba hacer las necesidades en botellas de plástico o papeles de periódico”.

Pero entonces una imagen inesperada llamó la atención de Angelis.

Un muchacho con el pecho tatuado empezó a pasar a diario junto a la celda de las mujeres.

Era Jhosman, que con tal de respirar algo de aire puro se ofrecía como voluntario para sacar la basura de la celda que compartía con otros hombres, reseñó BBC Mundo.

En su trayecto, cuando los guardias no se lo impedían, se asomaba a la reja de la celda de las mujeres y entregaba una carta allí.

Era el recado que le pedía cada vez el coronel José Gámez, militar compañero suyo en la celda, que buscaba así la manera de comunicarse con su esposa, recluida junto a Angelis.

Angelis y Jhosman nunca lo olvidarán ni a él ni a su esposa.

Ambos conspiraron para que Jhosman me escribiera también a mí“, recuerda Angelis.

Tampoco olvidará lo que decía el primer mensaje de quien hoy es su esposo: “Si tiemblas ante la injusticia, entonces eres mi amiga”.

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